El Museo de las relaciones rotas: de la ruptura al arte

“Private battles, global wars”. 

Museum of Broken Relationships.

Aún no oscurecía pero eran las ocho y, para mí, ya era noche. Cenaba en la mesa de una desconocida, donde el único lazo que nos unía era la amistad con el hombre frente a nosotras. Hubo un momento en el que ella se paró de la mesa para recibir una llamada y él salió al balcón. Me quedé sola, sin un celular que ocupara ese lapso. Entonces, me dediqué a observar cada rincón de la casa, tanto como le fuese posible a mis ojos miopes. Antes de que ambos volvieran, llegué a una conclusión, a primera vista, muy trivial: ella estaba en una relación.

Durante las siguientes horas, aquel pensamiento careció de relevancia y la noche continuó, desarrollando conversaciones cada vez más interesantes.  Sin embargo, cuando ya estaba en mi cama, recordé mi deducción y comparé los rincones de la casa que había visitado con la mía. En ninguno de los lugares que habitaba (fuese La Cruz o Culiacán) se podía hacer una conclusión de mi vida sentimental, como yo la había hecho anteriormente. Ni en las paredes, ni en las puertas del refrigerador colgaban fotografías de un hombre. Tampoco había flores con tarjeta de felicitación sobre la mesa.

Mi conclusión pasó a una segunda fase: la nula visibilidad de estos objetos no quería decir que no tuviera una historia sentimental. Por ejemplo, en mis estantes hay libros, álbumes con fotografías, discos, cartas y hasta un oso de peluche que canta “Can’t Take My Eyes Off You” con el que duermo los fines de semana en La Cruz. Todos esos objetos eran parte de mi historia sentimental que, a primera vista, parecía inexistente pero que para mí era totalmente visible.

La comparación de estos dos espacios, a pesar de tener discrepancias, concordó en una cosa: a toda relación le corresponde una serie de objetos, tan particulares como la misma. Parece que al amor le gusta materializarse, hacerse palpable. No le basta ocupar espacio en la memoria, también precisa de espacio físico. Y no, no creo que sea culpa del sistema económico en el que vivimos: hay algo de humano en eso de querer simbolizar el amor, la esperanza, la fe con objetos. Incluso, excluyendo los objetos que el ser humano ha creado en todos estos años, aún nos quedarían piedras, hojas de árboles y conchas de mar para obsequiar.

Pero como es mi naturaleza, no pude evadir al humor y colocarme en un escenario mitad ficción y mitad realidad: me vi en medio de una ruptura difícil, tormentosa y nada cordial con un hombre que durante cuatro años fue, sobre todas las cosas, detallista. ¿Qué haría con todos esos objetos acumulados? ¿Hubiese sido más difícil superar la ruptura rodeada de cosas que siempre me recordaran a él? Estaba segura de algo: la cantidad de objetos no era proporcional a la “cantidad” de amor, pero sí a la dificultad que implica sobreponerse a la ruptura.

Aquellas ideas me rondaron por algunos días. Quería profundizar más y por mucho tiempo desee que uno de mis amigos repitiera aquel gesto, llevarme a cenar a casa de algún desconocido y entrometerme en la relación del espacio físico y su vida sentimental. Sin embargo, esto no volvió a suceder.

Una tarde me dediqué a planear una ruta de viaje cercana a Trieste y mis dos opciones fueron Eslovenia y Croacia. Pero Zagreb fue quien obtuvo toda mi atención cuando descubrí que existía el “Museo de las relaciones rotas” (Museum of  Broken Relationships).

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Olinka Vištica y Dražen Grubišić se preguntaron qué hacían las personas, después de una ruptura, con aquellos objetos que habían sido importantes durante su relación. Pidieron a sus amigos y conocidos que les donaran objetos y les contaran la razón de su importancia. Así, montaron una exposición dentro de un museo. Sin embargo, fue tanto el éxito que decidieron abrir su propio museo en Zagreb y recientemente en Los Ángeles. Hoy en día, los museos reciben donaciones de todas partes del mundo y la exposición nunca es la misma, se va rotando gracias a la cantidad de objetos e historias.

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En este museo, no todos los objetos son de relaciones de pareja. Hay una sección con objetos referentes a padres que pierden a sus hijos, hijos que pierden a sus padres. Además, se puede hacer catarsis en un pequeño confesionario o escribir en el libro de visitas.

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Este ciempiés de peluche contaba la historia de una relación a distancia. Ambos pactaron que cada vez que se viera le arrancarían una pata. El día que arrancaran la última, se irían a vivir juntos. Pero el ciempiés nunca se quedó inválido.
No importa que tan absurdo llegue ser un objeto: el peluche obsequiado un 14 de febrero, la caja de chocolates que decidiste conservar, los calcetines que olvidó en tu casa. El momento, el paso del tiempo o el recuerdo es lo que da simbolismo e importancia al objeto.

 

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Un hombre que iba repartiendo esta virgen por el mundo a «el amor de su vida». Hasta que una mujer se dio cuenta.

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