¿Por qué vine a Brasil?

Des Esseintes concluiu, nas palavras de Huysmans, que “a imaginação era capaz de proporcionar um substituto mais do que adequado à realidade vulgar da experiência concreta”. A experiência concreta em que aquilo que viajamos para ver é sempre diluído no que poderíamos ver em qualquer lugar, em que somos afastados do presente pela ansiedade em relação ao futuro e em que nossa apreciação dos elementos estéticos fica à mercê de confusas exigências físicas e psicológicas. 

A Arte de Viajar (Alain de Botton )

He tenido días complicados debido al aura de incertidumbre en que me encuentro pero, al mismo tiempo, he visto a este estado de desasosiego como una oportunidad para reflexionar, profundizar, e incluso, poner en duda mis motivaciones en el ahora y en el futuro. A la par, y para reforzar la esperanza, he tomado como mantra un dicho popular, de autor que desconozco, que dice “Ningún mar en calma hace a un buen marinero”.

Una de esas preguntas que he diseccionado es ¿Por qué vine a Brasil? Para responderla, tuve que verla como si fuese un iceberg y entender que aquellas razones que me daba eran sólo la punta. “Vine a Brasil porque quiero estar cerca de su música”, “Vine a Brasil motivada por una oportunidad laboral que empata con mis valores, con lo que creo que puedo contribuir para hacer de este y de mi mundo uno un poco mejor”, “Vine a Brasil porque quiero conocer sus ciudades, su cultura, quiero entenderlo más allá de la música”, “Vine a Brasil porque quiero regresar a Rio de Janeiro”.

Y aunque todas estas respuestas son totalmente sinceras, son ellas apenas la punta del iceberg. Incluso, si a esas respuestas le cambiamos la palabra Brasil por México, tienen el mismo valor. Bien podría estar en Guanajuato, disfrutando de la música y sus noches bohemias, bien podría estar en Ciudad de México trabajando en algo alineado a la contribución que quiero hacer en el mundo, bien podría estar en Culiacán cerca de mi familia y aprovechar los fines de semana para viajar por el país y entenderlo mucho mejor.

Sin embargo, la última respuesta no haría sentido, ni geográficamente ni mucho menos simbólicamente, si cambiamos Brasil por otro país. Sabía que en “Vine a Brasil porque quiero regresar a Río de Janeiro” era donde tenía que indagar y eran sus partes el fondo del iceberg.

Esto tuvo mucho más sentido cuando el domingo pasado, intentando comprar una nieve, quedé atrapada en medio de un mitin de Jair Bolsonaro. Estuve en la fila casi media hora, alerta a los discursos que vociferaban sus seguidores en el palco y no pude más que sentirme triste, por todo ese odio que salía de ellos. Fue hasta irónico: por primera vez sentí que mi país estaba un paso adelante. Entonces, si es tanto el desencanto que me han proporcionado estos últimos días ¿por qué es que vine a Brasil?

Fue Alain de Botton y sus numerosas reflexiones en The Art of Travel (2004), quienes me ayudaron a entender, en el fondo, la causal verdadera de mi decisión de venir a Brasil.

Lo primero que entendí fue que lo mío, mucho tenía que ver con las expectativas que yo tenía antes de visitar Río y cómo la memoria había funcionado todo este tiempo: como un instrumento de simplificación y selección. Pues como escribe Botton, “el presente puede ser comparado con una película en la que la memoria y la expectativa seleccionan momentos fotográficos”. De mis dos meses en Río de Janeiro, soy capaz de recordar sólo ciertos momentos, en su mayoría, llenos de exuberancia y de alegría: El café por las mañas de Seu Moraes, el trabajo diario en la ONG,  las tardes en el bar de Botafogo con los amigos, las cenas en la mesa de mi familia brasileña con vista hacia el mar, los kioskos en Copacabana con samba y bossa, las noches en Lapa, el paseo nocturno en barco hacia una fiesta junina en Paquetá, el show en Circo Voador, la poesía escrita en el suelo de la plaza XV de Novembro…Dos meses que mi memoria resume en momentos, en segundos.

Ahora, ¿por qué todos esos recuerdos son tan felices? Incluso momentos de peligro, los rememoro con tranquilidad, como si no hubiese sido presa del miedo, como si en esos recuerdos yo fuese mucho más valiente que en el presente. ¿Por qué tienen tanta fuerza esos recuerdos, si en otros tantos lugares también he tenido momentos felices?

Pasa que como dice Botton “Nuestra capacidad de extraer felicidad de objetos estéticos o de bienes materiales parece, en realidad, depender de forma crítica de la satisfacción previa, de algo más relevante: una serie de factores emocionales o psicológicos como la comprensión, el amor, la comunicación, el respeto. No apreciaremos —ni somos capaces de apreciar — jardines tropicales exuberantes ni chalés encantadores a la orilla del mar, si una relación con algo o con alguien que estamos súbitamente comprometidos se revela impregnada de incomprensión y resentimiento”.

Para comprobar esa idea, tenía el mejor contraejemplo de Río: Barcelona. A pesar de haber vivido momentos de alegría, los recuerdos que predominan son tristes.   Esto se debe a que durante esos meses mi vida sentimental se revelaba llena de incomprensión y resentimiento: atravesaba por una ruptura amorosa nada clara, sintiendo que las cosas pudieron haberse hecho mejor. Esa carga emocional se veía reflejada en mi incapacidad para disfrutar plenamente de la belleza que me proporcionaba el entorno y quienes me rodeaban. Además, en ese tiempo me encontraba mucho más próxima a terminar la universidad y la incertidumbre por el futuro aumentaba. En cambio, durante los meses que estuve en Río de Janeiro mi visión del futuro era menos clara pero mucho más esperanzadora (apenas comenzaba la universidad) y la confianza y el cariño describían mi situación amorosa en esos tiempos.

Entonces, cuál es el fondo del iceberg llamado “¿Por qué vine a Brasil?” Estos días entendí que la motivación más profunda de estar en Brasil es Río. Pero más allá de ver a Río como un lugar, para mi Río es concebido como un estado de ánimo. Vine a Brasil porque necesitaba sentirme “Río” de nuevo. Sentirse “Río” es creer que el futuro es prometedor y mucho mejor del que se imagina, sentirse “Río” es creer que puedo incidir positivamente en el mundo, sentirse “Río” es sentirme bella y segura de mí misma y de todo lo que puedo lograr, sentirme “Río” es saber que amo y me aman con plena libertad y confianza, sentirme “Río” es deslumbrarme y maravillarme con los estímulos de lo cotidiano, sentirme “Río” es el encuentro fructífero con personas, con amigos.

Sí, vine a Brasil por todas aquellas razones listadas, pero la más importante es el Brasil como estado de ánimo al que aspiro. Y a pesar de que los últimos días han sido grises, tengo una certeza: Curitiba está mucho más cerca (geográfica y emocionalmente) de Río de Janeiro que de Barcelona.

 

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