Carta para siete notas lusófonas

“Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia de su salvación. En esos momentos no oía a quienes se dirigían a él. La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes…”
Sándor Márai (El último encuentro).

 

En los últimos meses has sido lo más parecido a la fe que algunos profesan por Dios: vas a donde yo voy. Sin embargo, me gusta creer que eres tú quien me encuentra, que no soy yo la que va por el mundo, de aquí para allá, con el pretexto de buscarte.

No eres nada sutil pero sí muy oportuna. Siempre me sorprendes en la frontera que delimita la estabilidad y el desequilibrio emocional. Eres salvavidas cuando me hundo pero también eres barco cuando voy remando.

En Roma te vestiste de Garota de Ipanema  y estabas tan sólo de guitarra. Quise pretender que no te reconocía, que tu poesía lusófona me era indiferente. Para entonces yo procuraba alejarme de ti por un tiempo, culpándote de sobreponer tu lengua a la que entonces intentaba hablar. Pero cedí y no pude evitar sonreírle a la boca que te cantaba.

 Antes de saber nombrar las calles y las plazas de Trieste por su nombre, tú ya estabas de  João Gilberto, al lado de una fuente. El hombre del saxofón no podía cantarte pero yo sí: te canté deformando tu letra pero respetando tus tiempos.

 Llegué a Liubliana por error (en el día no planeado) y con arrepentimiento de haber ignorado al Bloomsday triestino. Caminé por su centro con desánimo, sin destino. Hasta que te sentí al lado de un puente.  Esa vez estabas más acompañada de lo normal: guitarra, batería, saxofón, contrabajo. Por algunos minutos todos los hombres se convirtieron en Tom Jobim, las mujeres en Elis Regina y las aguas bajo el puente ya no eran de Ljubljanica sino de marzo. ¡Estabas en Eslovenia! Dónde nunca creí encontrarme y mucho menos a ti. ¿Es que tú no sabes de barreras lingüísticas? Claro que no, porque antes de ser palabra fuiste son.

Eres instructora de mi educación sentimental, enemiga de la razón.  Y aquel día, el primero en Harvard, me sorprendiste desde la laptop del profesor con tu Desafinado. Inundaste cada rincón del aula y más de uno volteó hacia mí con una sonrisa. ¿Sabes por qué? Porque horas atrás, cuando me presenté ante el grupo,  te nombré como una de mis pasiones en la vida.

Ahora estoy de vuelta en donde se vive dentro de horario escolar. Aquí las únicas veces que nos hemos encontrado eres producto de una lista aleatoria en Youtube. El barista de Starbucks no sabe quién eres y no es muy distinto con el resto de los que están en la cafetería pues, cuando miro a mi alrededor, nadie se inmuta, nadie te nombra, a nadie le brillan los ojos como a mí.

Pero el día de mañana habré de irme y sé que estarás allí, dándole simbolismo a los lugares en donde habitan desconocidos y se hablan otras lenguas y se cree en otros Dioses. Pero esta noche, y las que han de venir, para rezarte te canto, Bossa Nova.

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