«Una sensación extraña» la de llegar a Estambul (día 1)

08 de julio 2016

«Una sensación extraña, la de no pertenecer a ese lugar ni a ese tiempo».
William Wordsworth

El título del libro que llevo sobre la espalda es la más fiel materialización de mi sentir. Son las tres cuarenta y siete de la tarde y he llegado a Estambul con “Una sensación extraña” (Orhan Pamuk, 2015).

«¿Cuándo apareció este país en mi imaginario?» Un suspiro como respuesta es frenado por el ruido de la mano que empuña un sello contra mi pasaporte. La pequeña puerta de migración se abre y continúo con aquel recuerdo, que este día quiere ser vago y difuso, por eso de las nostalgias anticipadas: Canadá y su verano del dos mil doce, Canadá y sus palabras dichas (nunca antes leídas, nuca antes escuchadas), Canadá y las oportunidades infinitas. El mundo expandiéndose a cada sorbo de Tim Hortons.

Al llegar a un nuevo aeropuerto mi salida se prolonga: deambulo por pasillos y salas. Miro por ventanas y me escondo de los policías, como quien fuera el exiliado del cuento “De puro distraído” (Mario Benedetti, 1984). Busco el centro de información pues no siempre sé cómo salir de allí o cómo llegar a mi destino que, normalmente, son el centro de la ciudad o el hostal. Pero aquí es distinto, aquí tengo la obligación de cumplir mi promesa y salir pronto: a ninguna madre le gustaría saber que su hija demora la salida del aeropuerto bombardeado semanas atrás. Tengo que cuidar de mí, por ella.

Es difícil saber cuál es el centro de Estambul, pero Sultanahment parece serlo. Es allí donde se encuentra mi hostal. El camino será largo: autobús hasta la plaza Taksim, funicular a Kabataş y finalmente el metro hasta Sultanahment.

Una hora para llegar a Taksim. Mezquitas sobre colinas.  No quiero dormir. Banderas ondeándose en puentes y edificios. No quiero que nada se me escape. El hombre a mi lado que habla por teléfono parece cansado. No me quiero perder.

Ahora estoy en la estación  de Taksim, intentando comprar la Istanbulkart para tomar el funicular. No puedo y le doy paso al hombre que está atrás de mí. Me alejo y el sujeto grita en un inglés más que entendible “Ven, te puedo ayudar”. Y voy, pero él dice que la máquina no sirve, que él me llevará a hacerme de la tarjeta.

Le respondo que soy mexicana. Dice que tiene amigos en Chihuahua y me sorprendo. Fuma. Responde que es de Capadocia y yo digo que me encantaría visitar su ciudad.»Mi ciudad es Estambul” y me ofrece un cigarro, pero lo rechazo. Hace preguntas y yo invento respuestas. Caminamos y cada vez nos alejamos más de la estación. Tengo miedo pero no quiero salir corriendo, es mi manera de asentir a la idea de Javier Marías en  «Mañana en la batalla piensa en mí”, que leí hace días.

“Eso es lo que el pánico hace y lo que suele llevar a la perdición a quienes lo padecen: les hace creer que, dentro del mal o el peligro, en él están sin embargo a salvo. El soldado que se queda en su trinchera sin apenas respirar y muy quieto aunque sepa que en breve será asaltada; el transeúnte que no quiere correr cuando nota que unos pasos le siguen a altas horas de la noche por una calle oscura y abandonada; la puta que no pide auxilio tras meterse en un coche cuyos seguros se cierran automáticamente y darse cuenta que nunca debió  estar allí con el individuo de manos tan grandes(…) El hombre que ve avanzar a otro en dirección a su mesa con una navaja y no se mueve ni se defiende, porque cree que en el fondo eso no puede estarle sucediendo de veras y que esa navaja no se clavará en su vientre, la navaja no puede tener su piel y sus vísceras como destino…»

Es evidente lo que pasa por mi cabeza y sin necesidad de preguntarle, dice que ya casi llegamos. En efecto, arribamos a un estanquillo escondido en una de las calles paralelas a la plaza Taksim. Pide la tarjeta al hombre del puesto y a mí veinte liras. La tomo, le doy el dinero, las gracias y salgo caminando más rápido, mucho más, de lo que acostumbro.

Espero el metro y una mujer se me acerca a preguntar, quizás, si está en la dirección correcta y digo en inglés que no hablo turco. Me sonríe y se aleja. El vagón ha llegado y hay mucha gente dentro.

Aquí, sólo hay tres mujeres. Sin embargo, los hombres parecen concentrarse en las que se cubren con Hiyab. Las ven a la cara, “olhos nos olhos”, y eso me incita a imaginar la literatura turca, la poesía y las letras de su música. Cavilo sobre sus obsesiones e inspiraciones, que para mí vienen siendo lo mismo. Es allí cuando surge la mirada. Pienso que aquí la mirada ha de ser eje central de la obra artística turca, que aquí la mirada ha de tener más poder que en occidente: la mirada ha de ser boca que habla, que grita, que besa, que engulle. Pues ante esas circunstancias, ¿qué otra cosa puede ser capaz de incitar al deseo, en un primer encuentro? El amor sí que ha de entrar por los ojos.  Y aunque ahora,  la mirada de aquellos hombres esté sobre esas mujeres, intento calmar a mis ojos meticulosos.  Quizás más adelante alguien pose sus ojos sobre los míos y  descubra la adrenalina que aprieta mi estómago, me seca la garganta y tiene temblando mi sien.

No es fácil andar con mapa por Estambul, hay calles con nombre en el papel pero sin un cartel que les cuelgue. Por eso, y por el miedo a ser engañada o estafada, prefiero tomarme el tiempo necesario hasta dar con el hostal.

He llegado. Estoy en una habitación con nueve camas vacías en su interior. Enciendo el celular y le aviso a los de siempre que estoy en Estambul. Me anuncian algo que, del todo, no me sorprende.  La sensación extraña se intensifica aún más al escuchar de Gizem, una de mis amigas en Toronto, que no podrá verme. Deseo que Abdell venga.

Salgo a mi encuentro con Abdell. Espero, sinceramente espero, que esto mejore.

Son las siete veintiséis de la mañana y estoy de regreso en el hostal. He visto como las calles de Estambul se quedan vacías, como se llama a la oración en las mezquitas, como amanece en el Bósforo. Y aunque siga sintiendo esa sensación extraña, mi amigo me ha tendido su mano y no piensa dejarme sola, no al menos en Estambul.

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Libro que llegó a mí de las manos de Teresa Petit, Editora de los sellos Grijalbo y Nube de tinta

2 comentarios sobre “«Una sensación extraña» la de llegar a Estambul (día 1)

  1. Visité dos veces Estambul y esa sensación extraña me acompañó en todo momento. Pero disfrute de cada día, cada sol, cada piedra,de las mezquitas y sus hombre rezadores y las mujeres ocultas.
    Amo ese país con las dificultades que tiene y veo caminar por sus calles a sus antiguos pobladores y los admiro en su devoción por Ataturk y el respeto por su labor.
    Su historia nos atraviesa par a mal o bien.
    Mi hija de intercambio mi transmitió ese valor cultural. Y la hija de Esmirna me transmitió la libertad de los nuevos jóvenes turcos sin atarse ni a la religión ni a la política. Es ciudadana del mundo!!!

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