Sobre los amores y los libros que leemos a destiempo

Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la lluvia. Puede venir la primavera. Allí te acostumbrarás a los «derrepentes», mi hijo. 

Pedro Páramo (Juan Rulfo).

Comencé mi transición lectora a los dieciséis años: pasé de las tramas juveniles (como las novelas de Marc Levy) a las novelas y poesías de los escritores latinoamericanos que se consagraron durante el siglo pasado. 

Con la gran mayoría tuve suerte. Sus tramas lograron que me interesara por diversos temas, unos de manera activa como el vagabundeo y el disfrute del viaje y por otros de forma literaria como las dictaduras y  sus repercusiones, tales como el exilio.

Muchos de los títulos que leí durante ese periodo aún me resultan familiares y puedo recordar fragmentos e ideas. Incluso, en esos tiempos tenía el empeño de destinar una pequeña libreta de anotaciones para llenarla con las frases que más me impactaban. Sin embargo, estoy consciente de que hubieron otros tantos libros que olvidé en su totalidad:  ni una frase, ni una imagen, ni una idea. Nada quedó de ellos en mí.

Desde hace seis meses asisto a un club de lectura.  En “El club de lecturas urgentes” (que ya sugiere mucho con el título) se eligen libros atemporales, lecturas transgresoras, que incitan a la reflexión sobre nuestra convulsa actualidad, pero a la vez nos ayudan a sobrellevarla. Lecturas y encuentros duales: campos de batalla y remansos de paz. 

Diciembre será el turno de Pedro Páramo de Juan Rulfo. El mismo que leí a los dieciséis, en medio de esa transición. El mismo que recordaba tan pero tan vagamente. El mismo que comencé a leer de nuevo. 

Esta vez será diferente, lo sé. A unas cuantas páginas para concluir, Pedro Páramo me ha estado llevando a una Comala interna: la Comala de recuerdos y ecos, de conductas cíclicas, de muertos que continúan vivos y de vivos que ya han muerto. La Comala que mezcla pasados ajenos y propios en el presente. 

Uno de esos ecos fue la constatación de que gran parte de nuestra fascinación por los libros está ligada al momento en el que los leemos. Pedro Páramo a los dieciséis fue como pasar hojas en blanco por mis ojos. Pero no, no creo que sea una cuestión de edad y sí de capacidades y vivencias con las que contamos al momento de enfrentarnos a un libro. Habrá muchos tantos que han leído Pedro Páramo a los dieciséis y aún así la lectura efervesció en sus cabezas. Algo que hoy me parece magnífico de Pedro Páramo son sus descripciones del paisaje y de las emociones. No me recuerdo a los dieciséis, leyendo tales relatos, aventando ligeros suspiros y pasando las manos sobre la piel enchinada de mis brazos. 

Sentí pena por aquellos libros que leí a destiempo, por aquellos libros que no correrán con la suerte de Pedro Páramo, a los que inconscientemente les he negado una segunda oportunidad. 

Aunque en Comala los caminos son una bola de marañas, ese camino me llevó a otro. Así como podemos estar a destiempo con algunos libros, también podemos estar con las personas. Personas que llegaron a nuestra vida en momentos en los cuáles no contamos con las herramientas suficientes para descifrarlos, para apreciar su belleza y enamorarnos de ellas. 

Pensé en mi reducido inventario de amores: Algunas de las cualidades que más valoro de quien hoy amo, en el pasado, otros también las tuvieron. Sin embargo, lo que hoy es cualidad antes fue un defecto. Por ejemplo, me recuerdo hace algunos años alejándome de aquellos hombres “faltos de malicia”. La bondad genuina, mal percibida como inocencia, era para mí un obstáculo, un repelente de afectos. 

No fue la edad, y sí las vivencias las que me han develado las dos caras de la moneda. Cuando realmente fui tocada por esa excesiva malicia, supe que era yo quien no sabía nada de amor. Cuando tormentas y terremotos emocionales aún no caen sobre nosotros, es fácil romantizar la malicia, los engaños y la violencia. Sólo así, eso puede continuar dentro de un pedestal. 

Estamos a destiempo de muchas vivencias, estamos a destiempo incluso de nosotros mismos. Cada libro, cada persona habrá de quitarnos y darnos algo. Tenemos muchos caminos por recorrer y descifrar, eso me lo ha hecho ver Pedro Páramo. Por su parte, otro Pedro, el que “se instalou feito um posseiro dentro do meu coração”,  me ha hecho agradecer a la vida por mis desfases amorosos. Por tener el bagaje emocional necesario para invitarlo a mi vida. Sin ese destiempo, no estaríamos viviendo este presente. 

 

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